Hace seis años, en vísperas de la elección presidencial, en estas páginas hice una exhortación a los ciudadanos («¿Cumplirías?», 29 de abril de 2018).
Reflexión que, lejos de perder vigencia, es hoy todavía más pertinente. Expresé entonces que la sociedad mexicana tiene proclividad a recibir, más que a dar. En política, particularmente, escuchamos a los candidatos a puestos de elección popular para saber qué nos ofrecen. En la lógica de millones de personas el Estado es el sitio donde emanan soluciones y el ciudadano es el receptor, una especie de parte pasiva de la relación. El gobernante promete cumplir y el ciudadano espera lo mismo, que el político cumpla. Deberíamos ver la relación Estado-ciudadano como un contrato donde cada parte tiene derechos y obligaciones.
Mientras no tengamos una ciudadanía fuerte, no tendremos una clase política como la que (ingenuamente) esperamos cada seis años. Y es que el sistema social se autoalimenta. La película se repite. Con honrosas excepciones, los nuevos gobernantes, que acusaron a los anteriores de corruptos, son quienes ahora se sirven con la cuchara grande. Es una dinámica en donde parece que no hay cambios de comportamiento, hay turnos. Y sucede en todos los partidos políticos y en todos los equipos de todos los candidatos. La diferencia es que de unos nos enteramos más temprano que de otros, pues la información se administra hábilmente a modo de presiones y venganzas políticas.
Hemos estado esperando que la cola mueva al perro. En el desafío ético que vive México, primero debe haber ciudadanos cumplidos.
Fuente: Promesas ciudadanas - Polémica y Café (polemicaycafe.com)
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