Llevo varios días intentando encontrar las palabras para hablar sobre este tema. Creo que muchas personas, incluyéndome entre estas, han optado por no integrarse a la conversación por miedo a ser criticados o acusados de querer llamar la atención. Esto se debe a que uno de los defectos más grandes del ser humano es nuestra rapidez por juzgar al prójimo. Nos enfocamos tanto en sobre-examinar cada detalle de lo que hacen los demás, y esperamos con tantas ansias el momento en que cometan incluso el error más pequeño para atacarlos, que perdemos de vista las cosas que realmente importan. Perdemos de vista la misma conversación.
Es por ello que me animé a escribir, pues este no es un movimiento que se va a beneficiar de las críticas y las comparaciones de aquellos que lo apoyan, sino de la suma de voces y acciones que se incorporen.
No importa si firmaste una petición, si fuiste a protestar, si donaste para apoyar la causa o si incluso lo único que te fue posible hacer fue una publicación en una red social. Lo importante es que actuaste. Que te uniste a la causa.
Claro, lo ideal, y lo que los invito a hacer, es a no dejarlo únicamente en un “post”. Los invito a reflexionar sobre sus propias acciones, a educarse en el tema, y que su apoyo no sea algo momentáneo que se debe a la atención que el racismo ha adquirido en los últimos días, sino que se convierta en algo permanente.
Sin embargo, si no han alzado su voz o no han actuado por temor a ser criticados, los invito a darse cuenta que ésta no es una cuestión de actuar “bien” o “mal”; es una cuestión de apoyar la causa correcta.
Como una mujer judía, constantemente me pregunto cómo podían vivir consigo mismos aquellos espectadores que no hicieron nada al respecto cuando mis antepasados sufrieron de un genocidio basado en mera discriminación. Cómo es que la situación que se vivía del otro lado de sus puertas, no los llenaba de remordimiento. Cómo es que no sentían una necesidad de hacer algo al respecto.
En la situación que actualmente vivimos, esto me lleva a analizar qué he hecho yo. Y tristemente, me di cuenta que más allá de seguir el tema en las noticias, realmente no he actuado conforme a lo que pienso. He permanecido callada y al margen sin saber qué decir o qué hacer. Es por esto que me pregunto; ¿a mis antepasados les hubiera importado si alguien hubiera luchado por ellos, sea cual sea su manera de hacerlo? ¿Les hubiera molestado que alguien que no comprendía la situación en la que se encontraban, hubiera alzado la voz? ¿Hubieran preferido que alguien no los respalde por ellos mismos no ser judíos, por no vivir en los lugares en donde se sufría dicho antisemitismo, y que permanezcan en silencio por intentar no llamar la atención? Me doy cuenta que la respuesta es obvia. Por lo tanto, no quiero repetir las acciones de indiferencia que por tanto tiempo me han molestado.
Por eso hoy levanto la voz, y les pido que la levanten ustedes también. Que hablen, que escriban, que publiquen, que firmen, que protesten. Que advoquen por todos aquellos que llevan años pidiendo justicia y no han sido escuchados. Háganlo, porque esto no se trata sobre mi ni sobre ti. No se trata de si te van a criticar o a alabar. No se trata sobre defenderte. No se trata de tu incomodidad al investigar sobre los temas que importan y no conoces.
Se trata sobre ellos. Sobre los millones de personas de color que han sufrido de opresión, injusticias y marginación durante décadas. No se trata de esconder o negar el privilegio que tu color de piel, tu estatus económico o tu clase social te brindan. Se trata de reconocerlo, y entender que las ventajas que te ha dado la vida, conllevan una responsabilidad. Una responsabilidad de reeducarte, de autoanalizar tu manera de pensar y tus conductas, y hacer algo al respecto.
Geroge Floyd
El pasado 30 de mayo, Space X lanzó un cohete, volviendo a enviar astronautas desde Estados Unidos al espacio por primera vez en nueve años desde que la NASA canceló su programa de transbordadores espaciales. Vivimos un momento en el que se hizo historia. Sin embargo, a unos kilómetros y cinco días antes, Geroge Floyd fue asesinado en manos de un oficial por intentar hacer una compra con un supuesto billete falso de 20 dólares, y es así, como retrocedimos siglos en la misma.
Esto me llevó a pensar cómo es que hemos intentado perfeccionar todo aquello a nuestro alrededor; de carruajes a coches, de pinturas a imágenes, de fuego a electricidad. Sin embargo, hemos olvidado desarrollar lo más importante; a nosotros mismos. El experimento más urgente, y el instrumento que más requiere de nuestra atención inmediata, es nuestra mente, nuestra empatía, y nuestra capacidad de dejar a un lado nuestro ego y ayudar a la situación que así lo requiere.
Un aspecto de la situación que ha causado mucha controversia, son las distintas marchas que se han organizado a lo largo de Estados Unidos y en distintos países alrededor del mundo. Se ha hablado sobre cómo estas manifestaciones pacíficas han terminado en encuentros violentos con la policía, e incluso con resultados desfavorables para múltiples negocios cerca de las zonas de protesta. Al respecto, les quiero compartir una reflexión. Cuando fue la marcha por la mujer el pasado 8 de marzo, mientras caminaba por el centro de la ciudad, platicaba con mi mamá sobre este tema: las protestas pacíficas que se tornan violentas. Comentábamos, si es que dichas acciones desvirtuaban el movimiento que representaban, o no. Es entonces, cuando mi mamá me dijo un comentario que se quedó conmigo por mucho tiempo después; “es que las entiendo Vane. Si a mí me matan a una hija, lo quemo todo.”
En aquel momento, lo entendí. Las ventanas se reparan, las mercancías se reponen, y los grafitis se cubren. Pero una vida humana, es invaluable. El dolor, el miedo y la impotencia que las personas de color viven al diario, y la amplificación de esta cuando se encuentran frente a aquellas personas cuyo trabajo supuestamente es protegerlos, no es cuantificable.
No digo que condono ni promociono la violencia. Sin embargo, la igualdad racial es algo que se ha implorado durante décadas. Un sinfín de protestas pacíficas, pláticas, y convenios se han llevado a cabo, sin obtener ningún resultado.
Leí una frase que me llamo mucho la atención; “debes hablar con tu enemigo en un idioma que entienda”. La realidad es cruda, pero parece ser que el idioma que las autoridades y políticos estadounidenses escuchan, es la violencia. Realmente espero que aquella cese pronto, pero lo que espero aún más, es el día en que las personas de color sean escuchadas sin tener que recurrir a ella.
En fin, lo que quiero que se lleven es que el racismo, el clasismo, la xenofobia, y toda otra forma de discriminación, son realidades que se viven no solo en Estados Unidos, sino incluso en nuestro mismo país. Son formas que se han convertido en algo tan común, que temo que lo hemos normalizado. Así que les pido que recuerden que sí está en nosotros. Que sí está en nuestra firma a una petición, en nuestra participación en una protesta, en nuestra plática con algún familiar y en nuestro simple “post” a una red social. Queda en nuestras manos, sin importar nuestro color de piel, nuestro género, nuestra religión ni nuestro origen, en hacer el trabajo incómodo de auto examinarnos. De romper nuestro silencio aunque nos incomode. De constantemente trabajar en nosotros y mantenernos responsables por nuestras acciones y pensamientos. De no simplemente no ser racistas, sino de ser anti racistas. Queda en nosotros el incluirnos a la conversación, porque el ser un simple observador en situaciones de injusticia, es escoger el lado del opresor.
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