Veinte años después de que un accidente causara la muerte del protagonista de una obra de teatro escolar, los estudiantes de la misma escuela reviven la fallida producción en un mal intento de conmemorar el aniversario de aquella tragedia.
Pero terminan descubriendo que hay cosas que es mejor dejar en paz.
Un aspecto interesante, es que parte del filme es grabado como si tratara de un trabajo casero. Esto es, se le brinda un toque especial de espontaneidad, y hasta pudiera decirse que realismo.
Y es que precisamente, esa parte sensible de la ficción, resalta aspectos sumamente intensos, a partir de una “intangibilidad” que se percibe, no sólo en la historia en sí, sino en las reacciones y proyecciones de cada uno de los estudiantes.
Ahí es donde llega a la pantalla, y sale de ella, esa expresión corporal y emisión de gestos que, en momentos, no requiere de palabras…ni siquiera de ruidos o efectos especiales.
El auditorio se sobrecoge por al dramatismo del momento. El auditorio se remonta a dos décadas antes, y se mezcla con el presente, que es tanto o más aterrador que lo sucedido en 1993.
Hay quienes dicen que no han experimentado este tipo de miedo. Yo fui una de ellas.
¿Será por su intensidad? ¿O será por ser diferente?
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