En estos dias se presentó el libro ¡Crear o Morir! del reconocido analista de temas latinoamericanos y autor de ¡basta de historias! Andrés Oppenhermer, junto con el director editorial del Grupo editorial Random House, Sr. Cristobal Pera
Un libro que revela las claves del éxito en el siglo XXl, en que la innovación será la base de la prosperidad de los países y de las personas. En esta obra desfilan atractivos personajes: desde un célebre chef peruano, pasando por un joven ingeniero mexicano especializado en drones. Hasta el más exitoso director técnico de futbol de los últimos tiempos. Este libro contiene un gran arsenal de temas motivacionales para los emprendedores y para aquellos lectores interesados en aprender de experiencias innovadoras.
Hoy en día – sostiene el autor-, la prosperidad de los países depende cada vez menos de sus recursos naturales y cada vez más de sus sistemas educativos, sus científicos y sus innovadores. Los países más exitosos no son los que tienen más petróleo, más reservas de agua o más cobre, sino los que desarrollan las mejores mentes y exportan productos con mayor valor agregado.
En mis viajes, he hallado signos sorprendentes auspiciosos para América Latina. Lejos de estar condenados al atraso, podemos usar nuestro talento para impulsar y darle cauce a nuestra creatividad. La innovación se está democratizando y está cada vez más cerca de nosotros. El autor comparte con los lectores lo que aprendió de algunos de los innovadores más destacados del mundo, y como conclusión desarrolla las claves de lo que considera los “cinco secretos de la innovación”.
Uno) Crear una cultura de la innovación.
Dos) Fomentar la educación para la innovación.
Tres) Aprobar leyes que incentiven la innovación.
Cuatro) Estimular la inversión en innovación.
Cinco) Globalizar la innovación.
Con su lucidez y amenidad habitual, Oppenheimer extrae conclusiones concretas para ayudarnos a detonar el gran potencial creativo hispanoamericano.
Biografía
Andrés Oppenheimer es uno de los periodistas más influyentes de la lengua española. Nació en Buenos Aires, Argentina; estudió Derecho en la Universidad de Bs. As. y luego obtuvo una maestría en periodismo en la universidad de Colombia. Fue jefe de la corresponsalía de The Miami Herald en México, y encargado de la cobertura del periódico en Colombia, panamá y otros países. Trabajó durante cinco años en The Associated Press y ha colaborado para The New York Times, The Whashington Post, The New Republic, CBS News y la BBC de Londres. Actualmente es el editor para América Latina y Columnista de The Miami Herald; Desde el 1 de abril de 2012 extiende su influencia desde CNN en Español, donde presenta un programa con su apellido: "Oppenheimer Presenta".
Es autor de los libros Basta de historias, Cuentos chinos, crónicas de héroes y bandidos, Los Estados desunidos de Latinoamérica, México en la frontera del caos y La hora final de Castro. Entre numerosos premios y reconocimientos, fue ganador del Pulitzer de 1987 junto con el equipo de The Miami Herald que descubrió el escándalo Irán-Contras; recibió los premios Ortega y Gasset del periódico El País de Madrid en 1993; el Rey de España otorgado por la agencia EFE en el 2001; el María Moors Cabot de la Universidad de Columbia en el 1998; el Overseas Press Club Award en el 2002 y el premio Emmy Suncoast de la Academia Nacional de Televisión, Artes y Ciencias de Estados Unidos en el 2005. En el 2004, recibió un Doctorado Honoris Causa en Educación por la Universidad Galileo de Guatemala. Oppenheimer fue seleccionado por el Forbes Media Guide como uno de los “500 periodistas más importantes” para Estados Unidos en el 1993, y por la revista poder como uno de las 100 figuras “más poderosas” en América latina.
Su columna semanal, "El Informe Oppenheimer", es publicada en forma regular en más de 60 periódicos de Estados Unidos y América Latina, incluidos el diario La Nación, de Argentina; El Mercurio, de Chile; El Comercio, de Perú y Reforma, de México.
PRÓLOGO DE 'CREAR O MORIR'
Cuando murió Steve Jobs, el fundador de Apple, escribí una columna que me ha dejado pensando hasta el día de hoy. En ese artículo me planteaba una serie de preguntas que deberían estar en el centro de la agenda política de nuestros países: ¿por qué no surge un Steve Jobs en México, Argentina, Colombia, o cualquier otro país de América latina, o en España, donde hay gente tanto o más talentosa que el fundador de Apple? ¿Qué es lo que hace que Jobs haya triunfado en Estados Unidos, al igual que Bill Gates, el fundador de Microsoft; Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, y tantos otros, y miles de talentos de otras partes del mundo no puedan hacerlo en sus países?
Se trata de una pregunta fundamental, que debería estar en el centro del análisis político de nuestros países, porque estamos viviendo en la economía global del conocimiento, en que las naciones que más crecen -y que más reducen la pobreza- son los que producen innovaciones tecnológicas. Hoy en día, la prosperidad de los países depende cada vez menos de sus recursos naturales y cada vez más de sus sistemas educativos, sus científicos y sus innovadores. Los más exitosos no son los que tienen más petróleo, o más reservas de agua, o más cobre o soja, sino los que desarrollan las mejores mentes y exportan productos con mayor valor agregado. Un programa de computación exitoso, o un nuevo medicamento, o un diseño de ropa exitoso valen más que toneladas de materias primas.
No es casualidad que al momento de escribir estas líneas, una empresa como Apple valga 20% más que todo el producto bruto de Argentina, y más del doble del producto bruto de Venezuela. Y no es casualidad que muchos de los países más ricos del mundo en ingreso per cápita sean naciones como Luxemburgo o Singapur, que no tienen recursos naturales -en el caso del segundo, como pude observar en un viaje reciente, se trata de una nación que tiene que importar hasta el agua- mientras que en países petroleros y ricos en otros recursos naturales como Venezuela o Nigeria prevalecen niveles de pobreza obscenos.
La gran pregunta, entonces, es cómo hacer para que nuestros países puedan producir uno, o miles, de Steve Jobs. En mis libros anteriores, especialmente en 'Basta de historias', señalé que la calidad de la educación es la clave de la economía del conocimiento. Y esa premisa sigue siendo cierta. Tal como me lo señaló el propio Gates en una entrevista, él jamás hubiera podido crear Microsoft y revolucionar el mundo con las computadoras si no hubiera tenido una excelente educación en la escuela secundaria, donde había una computadora de última generación que le despertó la curiosidad por el mundo de la informática. Y, tal como lo señaló Gates en otra entrevista, años después, lejos de vanagloriarse de haber dejado la escuela antes de tiempo, su deserción de la Universidad de Harvard fue algo que siempre lamentó:
Lo cierto es que tuve que dejar la universidad porque llegué a la conclusión de que tenía que actuar rápidamente para aprovechar la oportunidad de Microsoft, pero ya había terminado tres años de mi licenciatura, y si hubiera usado inteligentemente mis créditos universitarios de la escuela secundaria me hubieran dado el título. De manera que no soy un desertor típico. (FUENTE: "Bill Gates Says There is Something Perverse in College Ratings", por Luisa Kroll, Forbes, 31 de enero de 2013).
Pero también es cierto que una buena educación sin un entorno que fomente la innovación produce muchos taxistas de sorprendente cultura general, pero poca riqueza personal o nacional. Como quedó claro en los casos de Jobs, Gates, Zuckerberg y tantos otros, hacen falta otros elementos, además de una buena educación, para fomentar mentes creativas. Pero ¿cuáles son? La búsqueda de la respuesta a esta interrogante me llevó a escribir este libro.
Antes de empezar mi investigación, me había encontrado con varias respuestas posibles. Una de ellas era que la excesiva interferencia del Estado ahoga la cultura creativa. Un mensaje de Twitter que recibí de un seguidor español horas después de que publiqué mi columna sobre Jobs, en octubre de 2011, lo explicaba así: "En España, Jobs no hubiera podido hacer nada, porque es ilegal iniciar un empresa en el garaje de tu casa, y nadie te hubiera dado un centavo". La implicación del mensaje era que la primera gran traba de nuestros países a la innovación es una excesiva regulación estatal y la falta de capital de riesgo para financiar los proyectos de nuestros talentos. Hay algo de cierto en eso, pero es una explicación insuficiente.
Es cierto que Jobs hubiera tenido que ser muy paciente -y afortunado- para iniciar su empresa informática en España o en la mayoría de los países latinoamericanos. Un estudio del Banco Mundial muestra que mientras en Argentina hacen falta 14 trámites legales para abrir una empresa -aunque sea un taller mecánico casero en un garaje-, en Brasil 13 y en Venezuela 17, en Estados Unidos y en la mayoría de los países industrializados hacen falta solo seis. (FUENTE: "Doing Business 2013", estudio del Banco Mundial y de la International Finance Corporation, 2013.)
Sin embargo, el mismo estudio muestra que varios países, como México y Chile, han reducido considerablemente sus trabas burocráticas en los últimos años y en la actualidad exigen el mismo número de trámites que Estados Unidos para abrir una empresa. Si la burocracia estatal fuera la principal traba para la creatividad productiva, México y Chile ya deberían estar produciendo emprendedores globales de la talla de Jobs.
Otra explicación, del otro extremo del espectro político, es que hace falta más intervención estatal. Según esta teoría, nuestros países no están produciendo más innovadores porque nuestros gobiernos no invierten más en parques científicos e industriales. En años recientes, muchos presidentes latinoamericanos han inaugurado con gran pompa parques científicos y tecnológicos, que -según aseguran- convertirán a sus naciones en grandes centros de investigación a nivel mundial. Ya hay 22 de estos parques tecnológicos en Brasil, 21 en México, cinco en Argentina, cinco en Colombia, y varios otros en construcción en éstos y otros países, todos creados bajo la premisa nacida en Estados Unidos y en Gran Bretaña desde los años cincuenta, de que la proximidad física de las empresas, las universidades y los gobiernos facilita la transferencia de conocimiento y la innovación. Pero, según los estudios más recientes, estos parques tecnológicos son proyectos inmobiliarios que -fuera del rédito político para los presidentes que los inauguran- producen pocos resultados en materia de innovación. Un informe reciente del Banco Interamericano de Desarrollo (bid) concluyó que "en América Latina las políticas de los parques científicos y tecnológicos están lejos de conseguir sus objetivos". (FUENTE: "Los parques científicos y tecnológicos en América Latina: un análisis de la situación actual", por Andrés Rodríguez-Pose, Banco Interamericano de Desarrollo, junio de 2012, p. 19.)
Finalmente, la otra explicación más difundida acerca de por qué no han surgido líderes mundiales de la innovación de la talla de Jobs en nuestros países es de tipo cultural. Según esta teoría, la cultura hispánica tiene una larga tradición de verticalidad, obediencia y falta de tolerancia a lo diferente que limita la creatividad. Pero este determinismo cultural tampoco me convencía demasiado. Si la verticalidad y la obediencia fuera el problema, Corea del Sur -un pequeño país asiático que produce 10 veces más patentes de nuevas invenciones que todos los países de Latinoamérica y el Caribe juntos- tendría que producir mucho menos innovación que cualquier país hispanoparlante.
En mi columna del Miami Herald sobre Jobs, me incliné por otra teoría: el principal motivo por el que no ha surgido un Jobs en nuestros países es que tenemos una cultura social -y legal- que no tolera el fracaso. Los grandes creadores fracasan muchas veces antes de triunfar, escribí, y para eso hacen falta sociedades tolerantes con el fracaso. Jobs, que murió a los 56 años, cofundó Apple en el garaje de su casa a los 20 años de edad, pero fue despedido de la empresa 10 años después, cuando apenas tenía 30 años, luego de perder una lucha corporativa dentro de Apple. Su caída en desgracia salió en las portadas de los principales diarios de todo el mundo.
En muchos de nuestros países la carrera de Jobs hubiera terminado ahí. La reacción de la comunidad empresarial hubiera sido: "cayó en desgracia", "ya pasó su cuarto de hora", "está acabado" o simplemente "fue". Sin embargo, en Silicon Valley, tras su despido de Apple, Jobs inició un periodo que más tarde describió como el más creativo de su vida. Creó nuevas compañías y consiguió nuevos inversionistas para financiarlas. En la cultura de innovadores de Silicon Valley, donde el fracaso es una experiencia de trabajo que sufre la mayoría de los triunfadores, Jobs se levantó rápidamente. ¿Hubiera ocurrido lo mismo en España o en Latinoamérica? ¿Alguien que cayó en desgracia repetidamente en su carrera, como Jobs, podría haberse levantado y triunfado en nuestros países?
Después de escribir ese artículo, viajé a Palo Alto, en el Silicon Valley de California, y a varios países para entrevistar a algunas de las mentes más creativas del planeta, para ver qué distingue a las personas creativas y a las culturas innovadoras. En otras palabras, cómo convertirnos en más creativos a nivel personal y nacional, y cómo convertir nuestras ideas en proyectos económicamente rentables, que nos ayuden a vivir mejor. En mis viajes y entrevistas encontré algunas respuestas sorprendentemente auspiciosas. Lejos de estar condenados al atraso podemos usar nuestro talento -y lo tenemos, como veremos más adelante- para impulsar y dar cauce a nuestra creatividad. La innovación se está democratizando, y cada vez está más cerca de nuestro alcance.
En las páginas que siguen intentaré compartir con ustedes lo que aprendí de mis reportajes sobre algunos de los innovadores más destacados del mundo.
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