“Todos somos responsables. Pero yo soy más responsable que todos los demás”.
— Emmanuel Levinas
El peor diálogo existente, es el monólogo disfrazado de diálogo. Esto no es privativo con lo sucedido en el ITAM. Es un padecimiento recurrente de la sociedad contemporánea. La complejidad de lo que vive México —en una era donde las redes invitan a “crucificar” todo lo adverso— demanda con urgencia volver a la razón. Recobrar el pensamiento crítico.
Ser crítico implica, primero y principalmente, cuestionarse a uno mismo. Conlleva abrirse al adversario, al otro. Va mucho más allá de comprender lo antagónico. Exige mucho más que tolerar. Supone —entre otras cosas— cargar con la responsabilidad de sentir y empatar con el otro.
Los recientes acontecimientos en el ITAM, han inundado las redes de criticas, no de pensamiento critico. Ser “criticón” es fácil, simple, burdo. Es multiplicar por cero postura o identidad ajena —o inconveniente— a la nuestra. Ser crítico es complejo, valiente, arriesgado. Es un acto de rebeldía y de responsabilidad. El pensamiento critico reclama conversación que nos obligue dejar de ser algoritmos al servicio de las corporaciones digitales.
El suicidio no es asunto lineal. Ni simple. Ni mucho menos trivial. Es un tema serio, doloroso y multifactorial. Carga historias, familias, genes, contextos. El suicidio —en casos como el presente— no carga culpables. Carga responsables.
¿Cuál es mi responsabilidad como compañero de clase ante la vulnerabilidad de un colega en crisis? ¿Cuál es mi responsabilidad como profesor para fortalecer la salud emocional de mi entorno y de mis estudiantes? ¿Cuál es mi responsabilidad como padre de familia, hermano o amigo de un cercano que sufre una depresión o es proclive a ella? ¿Cuál es mi responsabilidad como institución para que la tragedia sucedida, no vuelva a ocurrir, y mucho menos se convierte en tendencia? ¿Cuál es mi responsabilidad en las redes sociales de no dejarme manipular por las mismas y coadyuvar a una sociedad más sana y constructiva? ¿Cuál es mi responsabilidad como universidad para crear un ambiente humanitario y valoral que prevenga abusos psicológicos, físicos y/o emocionales? ¿Cuál es mi responsabilidad como gobierno de llevar a cabo políticas públicas integrales que diagnostiquen los padecimientos mentales y los atiendan puntualmente? ¿Cuál es mi responsabilidad como alma máter de informar cabalmente a los potenciales estudiantes del ITAM qué esperar del mismo y qué se espera de ellos? ¿Cuál es mi responsabilidad como estudiante de elegir —en la medida de mis posibilidades— la opción educativa acorde a mis necesidades económicas, psico-bio-sociales e intereses? ¿Cuál es mi responsabilidad como individuo para buscar ayuda, levantar la mano y dejarme ayudar en momentos de fragilidad y desesperanza? ¿Cuál es mi responsabilidad como docente de aprender, prepararme y capacitarme para formar seres de carne y hueso y no solo para informarles conocimiento? ¿Cuál es mi responsabilidad como rector para constantemente evaluar, no solamente los rendimientos académicos de mis estudiantes y las publicaciones notables de mi profesorado, sino con-sentir el pulso emocional de cada integrante de mi comunidad? ¿Cuál es mi responsabilidad como cabeza de una institución de implementar modelos educativos que empaten nuestras ambiciones académicas sin lacerar nuestras exigencias emocionales e humanitarias? ¿Cuál es mi responsabilidad como Presidente —o como oposición— de no detonar ni magnificar la intoxicación y el encono social? ¿Cuál es mi responsabilidad como ciudadano de descalificar toda una trayectoria académica e institucional sólida, debido a mis prejuicios ideológicos?
En suma: ¿Cuál es nuestra responsabilidad —de todos— por edificar salud emocional en cada uno de los ambientes y redes de los que formamos parte?
El ITAM —como México— vive momentos críticos, exige pensamiento crítico.
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