Para quienes quieren atestiguar y celebrar la belleza de toda una vida.
ROSE
“Yo apesto a siglo pasado.”
Su vida comenzó en un pequeño pueblo donde su madre era una santa de la religión equivocada y su padre no paraba de esperar la muerte. Desde entonces tal pareciera que nunca dejó de moverse. Su matrimonio, el primero, fue muy feliz, hasta que los encerraron en un cuarto donde doce personas tenían que compartir medio pollo, cuando había que comer. Su vida nunca fue fácil, menos aun cuando fue testigo y víctima de los peores horrores que han marcado la historia de la humanidad. Conoció diferentes continentes, América con su marido, el segundo, quien la rescató de aquel tren en movimiento que la llevaría a ser encerrada a un campo de concentración más. Llegó a ser una gran empresaria junto con su marido, el tercero, y su nombre llegaría a ser sinónimo de calidad y buen servicio. Ella es Rose, nada más que una mujer, pero hay vidas que merecen ser compartidas. El Shiva ha comenzado. “Me nombraron oficialmente una persona desplazada.”El dramaturgo inglés Martin Sherman, mejor conocido por su obra “Bent”, ganadora del premio Pulitzer en 1979, sobre la persecución de homosexuales durante la Segunda Guerra Mundial, nos brinda en “Rose” un hermoso y muy detallado recuento de la vida de una mujer judía quien vivió los horrores de los Guetos durante la segunda Guerra Mundial. Sentada en una banca de madera de donde no se moverá en toda la obra, de acuerdo a la tradición judía de duelo conocida como “Shiva”, una mujer de ochenta años relata su vida entera, lo bello y lo terrible, para recordarnos que dentro de cada persona, cabe el universo entero.
“Yo no sé por qué pierdo tanto tiempo hablando de algo que no creo.”
Una obra de dos horas cuarenta y cinco minutos donde la actriz relatará toda la vida de su personaje, sin pararse de su asiento durante toda la función, suena a una verdadera tortura. Esto sería absolutamente cierto de no ser por el impresionante trabajo actoral que realiza Amanda Schmelz interpretando a Rose. Amanda no debe tener más de cuarenta años, al menos así me lo parece, pero su caracterización de esta octogenaria, producto de una impecable labor corporal y vocal, nos convencen de que la persona sentada en esa banca es una anciana que está respirando sus últimas bocanadas de aire. Sus modulaciones al hablar, sus movimientos nerviosos, el quebranto de su voz o la ternura de su sonrisa consiguen que durante la casi hora y media que dura el primer acto, Amanda nos tenga hipnotizados simplemente platicándonos el recorrido que Rose tuvo que vivir durante la primera parte de su vida, que incluyera su paso por los campos de concentración judíos. Una actuación poderosa y atrevida que transmite un rango de emociones tan variado como el que se puede experimentar durante toda una existencia.
“Me pregunto si alguien hará Shiva por mí.”
La obra es muy larga y nadie lo niega ni lo oculta. Esto se siente sobre todo durante el segundo acto cuando Rose ya se alejó de los horrores vividos y tendrá que enfrentarse a su nueva vida en América, especialmente en Miami como hotelera. No es que no resulte interesante esta parte, pero, como toda buena viejita, Rose ha decidido contarnos absolutamente todo sobre su vida y uno no puede evitar preguntarse si no habría valido la pena hacer un ejercicio de síntesis para cortar el texto y terminar con una obra que durara una hora menos. Sin embargo, aquello que pareciera ser el gran problema de la obra es también su mayor acierto. Amanda Schmelz, junto con la directora Sandra Félix han tomado al toro por los cuernos para presentar un trabajo de enorme poder que no sólo funciona, sino que merece todo nuestro reconocimiento para todos los involucrados, especialmente la actriz, quien verdaderamente muere en el escenario, haciendo este gigantesco recorrido emocional sin levantarse de su asiento ni una sola vez. El desafío es monumental y se consigue con éxito. Eso es digno de verse, de aplaudirse, de recomendarse.
“El conocimiento es más importante que el dolor.”
Pasé una gran parte de mi niñez rodeado de gente judía. De niño celebré Hanukah y Yom Kipur, fui a los Bar Mitzvah de amigos muy queridos y el año pasado viví el Shiva tras la muerte de una gran mujer a quien yo consideré casi mi hermana. Conozco los rituales y las tradiciones de primera mano, pero sobre todo conozco a esta maravillosa gente. “Rose” es un trabajo de amor y honor a todo un pueblo que ha logrado sobrevivir a los peores horrores provocados por una sociedad intolerante y racista y que se ha levantado con la frente muy en alto. El peor peligro que corremos como raza es el olvidar el pasado pues corremos el riesgo de repetirlo; “Rose” nos ayuda a no olvidar.
DATOS GENERALES (TODA LA INFORMACIÓN CONTENIDA A CONTINUACIÓN PROVIENE DE LA PRODUCCIÓN)
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