Vocento y su cobertura del conflicto árabe-israelí: Adiós (¿definitivo?) al periodismo
“Israel lanza una tormenta de misiles sobre Gaza y avisa que los islamistas «seguirán pagando un alto precio»”
“La conocida como 'doctrina Dahiya' volvió a ser la base de la actuación del Ejército, el método que ya emplearon en los barrios del sur de Beirut de 2006, bastión de Hezbolá. Consiste en destruir todas las infraestructuras civiles posibles, especialmente viviendas, hasta arrasar el territorio y «devolverlo a la edad de piedra». Su ideólogo fue el exjefe de las Fuerzas Armadas, Gadi Eizenkot, para quien los civiles también merecen castigo por su apoyo a los «terroristas»”. (Nótese cómo los terroristas pasan a ser “terroristas”. No vaya a confundirse el lector).
“Los seguidores de Ben Gvir y del resto de grupos que forman el partido Sionismo Religioso, que obtuvo seis escaños en las últimas elecciones, se han echado a las calles al grito de «muerte a los árabes» y cada noche visitan ciudades mixtas del país como Lod, Acre, Yafa o Haifa. Desde entonces miembros de las dos comunidades han matado, apaleado, quemado negocios, coches, casas, sinagogas…”.
En tanto que la agencia de noticias Reuters informaba el mismo día de los judíos que retiraban “los rollos de la Torá de una sinagoga incendiada el miércoles y los coches quemados se alinearon en las calles cercanas en una ciudad israelí étnicamente mixta golpeada por la violencia denunciada por el presidente como actos ‘imperdonables' por parte de los árabes indignados por los ataques aéreos en Gaza”.
Mas, el grupo Vocento decidía silenciar, diluir; a la vez que pretendía que los judíos son extraños en su tierra: después de todo, son “colonos” en su propio país, de acuerdo al grupo.
Cuando el periodista y el medio pretenden que deben ser una suerte de legislador, policía y juez moral, todo a la vez, contra lo que estima injusticia, o una “desigualdad en el terreno”; o, como comentaba nuestro administrador de redes sociales, cuando se pretende justificar el activismo a través de las pautas de pretendida equidad que impone el propio activismo, inevitablemente las coberturas van a empezar a gotear ese posicionamiento. No, a chorrearlo por los cuatros costados.
Porque ese pronunciamiento inevitablemente conlleva una serie de prácticas que van en detrimento del carácter informativo que debería tener una crónica. Sobre todo, porque dicha postura implica minimizar lo más posible los hechos de violencia, los ataques y las manifestaciones extremas de líderes, miembros y simpatizantes de un grupo terrorista como Hamás y de organizaciones con posiciones extremistas como Fatah. Y, dada la naturaleza déspota con que estos gobiernan sobre los suyos, habrá que omitir la aquiescencia (no siempre obligada) de los ciudadanos.
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